16 de agosto de 2009

Visión, Misión y Valores

"Acompañar a nuestros niños en el proceso de desarrollarse al máximo de su potencial como seres humanos valiosos, transformadores de la sociedad que los acoge."

Así reza la declaración del CEPACE, al asumir la directiva del período 2008-2009. No pretendía ser una frase original, sino recoger de un modo resumido el sentir de la comunidad del Epullay.



No hay ningún comentario que corrija esa declaración, cosa que puede deberse a que representa satisfactoriamente los deseos de los padres, o a que no ha sido siquiera leida por ninguno de ellos.

Asumo la primera, para seguir a partir de ahi. Quiero explicar lo que significa para mí esta visión, con el ánimo de abrir un diálogo que nos enriquezca a todos, y nos ilumine el camino a seguir para alcanzar esta visión.

El verbo inicial es "acompañar", no es guiar, ni dirigir, sino acompañar. Caminar juntos el tramo de la senda de la vida que nos toque compartir; no como dos cuerpos que comparten un tiempo y un espacio, sino como dos personas con toda su complejidad sicológica, emocional, corporal, espiritual. Uno en la plenitud y quizás más allá, y el otro en pleno ascenso hacia su madurez. Uno con la experiencia de la vida, con las luces y sombras que el proceso le ha dejado, con vivencias de las que ha aprendido y tiene entonces algo para mostrar y, tal vez, para enseñar. El otro, con la ilusión y el asombro propios de quien aún ve muchas cosas por primera vez. Realizaciones y frustraciones el primero; ingenuidad, inexperiencia, entusiasmo, energía en el segundo. Explosiva mezcla, hay ingredientes en ella para provocar estallidos, a veces bastante fuertes. Y la experiencia de familia, para la reconciliación y para retomar la marcha.
Está claro, lo sabemos por experiencia, que nuestro potencial y el de cualquier persona, excede bastante a su expresión real. Siempre sentimos que pudimos dar más, en todo orden de cosas. En la infancia y la adolescencia es donde es más pronunciada esa brecha entre potencial y desempeño. Obvio, poco conocimiento y menos práctica. Sin embargo, muchas de nuestras interacciones como adultos con los niños, son determinadas y manejadas por la frustración que nos causa constatar esa brecha y la sensación de fracaso que nos invade cada vez que eso sucede.
Acompañar implica paciencia. Ir un paso a la vez, sembrar y esperar el tiempo de la cosecha. Evaluar contra el momento en que se está y no contra el destino deseado. Acompañar es un acto de amor, una decisión positiva, una elección proactiva; no una carga ni un destino ominoso. Acompañar es un fin en sí mismo, en el que cada paso es fuente de una posible expresión del amor. Es también una tarea comunitaria, a la que se invita a otros. Se acompaña la familia, sin duda, equipo pequeño de cada uno de nosotros; pero puede acompañar también la comunidad de familias que comparten esta visión. ¿Por qué habrían de hacer eso en un mundo marcado por el individualismo? Precisamente porque entendemos que los excesos del individualismo son tal vez la peor lacra de nuestra sociedad, el enemigo a vencer si se quiere construir un mundo nuevo. Incluso desde la perspectiva egoista, la comunidad escolar es el contexto en el que se educan mi hijos, una condición extremadamente importante en esta ecuación. Pero hay más: parte esencial de esta comunidad son los profesores y todo el personal del colegio. Considerarlos empleados y hacerles exigencias basados en los salarios nos ponen en lados diferentes de una frontera imaginaria y cruel. Ellos son nuestros socios, ponemos a nuestros niños en sus manos día a día, y nos retiramos a nuestros deberes. Ellos también son contexto, por lo tanto, trascendentales en esta tarea. ¿Cómo nos vamos a acompañar, padres, profesores y administrativos en esta caminata hacia la madurez de nuestros hijos? ¿Cómo elegimos que sea?



Por último, este acompañar es recíproco, multidireccional. Los niños nos enseñan a mantenernos más o menos conectados con este tan velozmente cambiante mundo. Los profesores nos enseñan a caminar junto a los niños, nosotros les enseñamos a entender a nuestros necesidades; por mencionar sólo una posibilidad en cada dirección. Pero hay mucho más, ciertamente, que podemos descubrir caminando juntos.
Desde luego, tendremos que descubrir en nosotros las potencialidades que queremos que los niños desarrollen: la capacidad de mirarse con audaces grados de verdad y capacidad autocrítica, y la necesaria asertividad para mostrar con cariño y preocupación las oscuridades y vicios de su propio mundo, llegado el caso. Y la fuerza y la habilidad para agregar valor, para marcar diferencias, para hacer de su mundo uno mejor.

Mucho se ha dicho para alimentar escuelas para padres, para enseñarles qué hacer en cada etapa de la vida de nuestros hijos. Todo eso está bien, y le falta algo esencial y es que el liderazgo se manifiesta siendo el cambio que propone. Asi que la pregunta por el quehacer puede ser reemplazada por una pregunta por el ser. ¿Cómo podremos estimular a nuestros hijos a soñar un mundo mejor si nosotros hemos renunciado a nuestros propios sueños? Necesitamos ser soñadores. ¿Cómo los estimularemos a mirar críticamente la realidad que los circunda sin dejar de amarla, si nosotros mismos hemos declarado vencedor al estaus quo, impotentes para modificarlo? Necesitamos ser amorosos y verdaderos. ¿Cómo los animarenos a cambiar su mundo por uno mejor, si nuestro discurso y nuestra acción han perdido las ilusiones, si nos hemos acomodado a lo que hay? Necesitamos ser valientes.



Si creamos un entorno amoroso, asertivo, soñador, valiente y poderoso, entonces nuestros hijos probablemente crecerán y se desarrollarán de esa manera. La única manera de crear ese entorno es siéndolo nosotros. He ahí el desafío. Un desafío que cieramente excede largamente las posibilidades individuales. Nadie puede hacerlo solo. Por eso nos declaramos comunidad educativa. Un lugar donde todos aprendemos unos de otros a ser el mundo que soñamos para nuestros hijos.
¿Qué opinan?

2 comentarios:

Carlos Hayler dijo...

Sin lugar a duda los apoderados somos parte de esta comunidad educativa; las experiencias obtenidas en el ceno de la familia son incluso más importantes en la educación de los hijos que el colegio. Para que los dos ambientes educacionales se potencien es necesario que los apoderados comprendan y compartan los principios educacionales del colegio. Dar una señal encontrada, desorienta al niño produciendo efectos negativos.

Gabriel Valdés dijo...

Pienso en la preocupación que sufrimos a menudo los padres al ver cómo nuestros niños "desperdician" estas potencialidades con el poco tiempo que después sentimos que tenemos para desarrollarlas más adultos, sin pasar finalmente a la ocupación de acompañarlos en un camino que tiene un ritmo propio: el de cada niño. Sin embargo me asalta la duda de hasta cuándo es legítimo exigir lo mejor de su potencial al niño en oposición al abandono a su suerte, sobre todo pensando en el bombardeo de tiempo inútil que ocupa la televisión, los juegos electrónicos y la siber-(in)comunicación (entre mil entretenciones ociosas).